Por Vladdo
Me parece muy pertinente el comunicado divulgado en las últimas horas por el Consejo Gremial Nacional, en el que se hace «un llamado a la calma y al respeto por las instituciones». Sin embargo, en dicho documento esta exhortación a la cordura se queda corta, pues hace referencia única y exclusivamente a «los mensajes publicados por el Presidente de la República en la red X», sin tener en cuenta que hay otros actores –y factores– que han agitado mucho el ambiente político en los últimos días y semanas.
Pero empecemos por el principio. El Consejo Gremial tiene razón al llamar la atención sobre los tuits de Gustavo Petro, quien olvida que, tal y como lo establece la Constitución, «el Presidente de la República simboliza la unidad nacional». De hecho, sus inquietantes mensajes van en sentido opuesto y parecen más bien dirigidos a agitar a sus fanáticos y a exacerbar la división de los ciudadanos.
Como si fuera poco, Petro intenta presentar las medidas de los entes de control como maniobras de persecución contra él y contra su gobierno. En otras palabras, su propensión a mostrarse como víctima le impide aceptar que no es el primer mandatario cuyos funcionarios han sido investigados y sancionados, tal y como ocurrió, por citar algunos ejemplos, en los gobiernos de Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos o Ernesto Samper, presidentes que vieron cómo varios de sus alfiles, por distintos motivos, terminaron suspendidos, destituidos o encarcelados, sin que eso implicara una «ruptura institucional».
Antes de Petro, varios presidentes vieron cómo sus alfiles terminaron suspendidos, destituidos o encarcelados, sin que eso implicara una «ruptura institucional».
Así las cosas, es evidente que Petro ha fallado de manera protuberante al incumplir una de las obligaciones primordiales de un jefe del Estado, como es la de obrar con serenidad y sin dogmatismos; sobre todo en momentos de alta tensión o incluso cuando el viento le sople en contra. Como jefe de Estado y jefe de Gobierno, el líder del Pacto Histórico debería resguardar la institucionalidad, en vez de erosionarla a punta de pataletas infundadas o de teorías conspirativas.
Dicho lo anterior, no se puede negar que en la tarea de sembrar zozobra Petro no ha estado solo, pues desde la otra orilla del espectro ideológico ha tenido la ayuda de alguien que en vez de fortalecer la institucionalidad ha contribuido a intensificar este desasosiego que hoy nos carcome. Se trata de Francisco Barbosa, quien sin sonrojarse sigue poniendo su alto cargo al servicio de unas inocultables ambiciones proselitistas para el 2026; gesta en la que ha contado con el aplauso fervoroso de políticos, empresarios y dirigentes gremiales que ven una posible candidatura suya como antídoto contra la continuidad del proyecto petrista.
De hecho, en su afán electorero, y alentado por la galería, Barbosa ha sacrificado la majestad de su investidura para ponerse a despotricar del gobierno e increpar al presidente de la República, en actitudes y términos que quizás le den mucha popularidad pero que dejan mucho que desear de alguien que se desempeña como Fiscal General de la Nación.
Y, no contento con eso, y ad portas de terminar sus pasantías en el búnker del ente investigativo, Barbosa se ha dedicado a inflar los resultados de su gestión, para mostrar los supuestos logros de «la mejor fiscalía de la historia».
Para completar, no pocos medios, a pesar de que dicen defender la institucionalidad, también contribuyen a fracturarla, pues casi sin falta hablan de esta coyuntura política valiéndose de titulares sensacionalistas y adjetivos llamativos, como si se tratara de una vendetta entre organizaciones criminales. Y así nos va…
Colofón. ¿No les parece muy sospechoso que una cuenta de Twitter en la que se suplanta con nombre y foto al fiscal general de la Nación esté funcionando desde hace más de cuatro años, sin que la Fiscalía tome cartas en el asunto? A mí, sí.